viernes, 26 de agosto de 2011

Raúl Gómez Jattin: No soy malvado trato de enamorarte



El Dios que adora

Soy un Dios en mi pueblo y mi valle
no porque me adoren sino porque yo lo hago
porque me inclino ante quien me regala
unas granadillas o una sonrisa de su heredad.
O porque voy donde sus habitantes recios
a mendigar una moneda o una camisa y me la dan.
Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán
y lo nombro en mis versos.
Porque soy solo.
Porque dormí siete meses en una mecedora
y cinco en las aceras de una ciudad.
Porque a la riqueza miro de perfil
mas no con odio.
Porque tengo un compadre
A quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio.
Porque nací en mayo.
Porque mi madre me abandonó
Cuando precisamente más la necesitaba.
Porque cuando estoy enfermo
Voy al hospital de caridad.


Pájaro

En la clínica mental vivo
un pedazo de mi vida.
Allí me levanto con el sol
y entre tanto escribo
mi dolor y mi angustia.
Sin angustias ni dolores
ataraxia del espíritu
en que mi corazón
como una mariposa
brilla con la luz
y se opaca como un pájaro
al darse cuenta
de los barrotes que lo encierran.

 

Conjuro

Los habitantes de mi aldea
dicen que soy un hombre
despreciable y peligroso
Y no andan muy equivocados
Despreciable y Peligroso
Eso ha hecho de mí la poesía y el amor
Señores habitantes
Tranquilos
que sólo a mí
suelo hacer daño

 

De lo que soy

En este cuerpo
en el cual la vida ya anochece
vivo yo
Vientre blando y cabeza calva
Pocos dientes
Y yo adentro
como un condenado
Estoy adentro y estoy enamorado
y estoy viejo
Descifro mi dolor con la poesía
y el resultado es especialmente doloroso
voces que anuncian: ahí vienen tus angustias
Voces quebrada: ya pasaron tus días
La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única


Ella se lamenta

Me hubiera gustado ser varón
para poseerte
Para darnos trompadas en señal de ternura
y de fidelidad
Para ponerme las botas de capataz
y cabalgarte desnudo
Para amenazarle con un revólver
Pero yo
Una mujer
Una simple mujer
¿Qué puede hacer de memorable
en la prosecución de un amor?

 

Casi obsceno

Si quisieras oír lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Son palabras tan íntimas como mi propia carne
que padece el dolor de tu implacable recuerdo
Te cuento ¿Sí? ¿No te vengarás un día? Me digo:
Besaría esa boca lentamente hasta volverla roja
Y en tu sexo el milagro de una mano que baja
en el momento más inesperado y como por azar
lo toca con ese fervor que inspira lo sagrado
No soy malvado trato de enamorarte
intento ser sincero con lo enfermo que estoy
y entrar en el maleficio de tu cuerpo
como un río que teme al mar,
pero siempre muere en él.


Ni siquiera una dulce noche

Aquel amor de fiebre y de tormento Aquel estar
pendiente de la luna entre los cocoteros Por si ella
me traía presagios de tu cuerpo Pero en vano
Pero estaba demasiado enfermo para soportar
la intimidad de tus caricias No hubieras conocido
en mí sino el temblor de un poeta y de su muerte
Aquel temor de mirarnos a los ojos no era vano
Estabas revestido de otro mundo Estabas lejos
Sobre todo cuando yo te amaba Cuando era
de ti como la nube en el reflejo del agua
Dentro pero lejos Dentro en el vientre
de una realidad inventada y fugaz
Era íntegramente bello porque jamás toqué
tu cuerpo aunque tú lo querías y yo también
Pero antes de mi deseo estaba mi futuro
Estabas tú antes de mi deseo de ti
antes que el deseo estaba el amor
Antes que el amor estaba la vida y la maldad
Aquel amor que no tuvo una noche
Ni siquiera una dulce noche amor mío


Raúl Gómez Jattin: poeta colombiano  
 (Cartagena de Indias 1945-1997)

jueves, 25 de agosto de 2011

Eloísa Oliva: Llueve en el centro de Manila




Sherry:

A Sherry Pinque le gusta el rap
sueña
con un pelo afro
coronando
su blanca cabeza
Sherry tiene una colección de canciones
en su mp3.
Cada mañana por las calles de Welland
despeja la nieve
con sus zapatillas
y elige alguna
de esas canciones.
Más tarde en su box 
se pone el headset y ensaya
Esta es la cuestión / señora / lo que hoy
le puedo ofrecer / ningún otro
negro/
se lo ofrecerá.
Moviendo los brazos, baila
de espaldas a la cámara
que vigila sus movimientos.

Cada vez que Sherry
logra vender
con el ritmo
que imprime a su guión
disfruta
un instante
la gloria.


Dooper: 

Tiene una voz nasal
y pronuncia el inglés con dureza.
Vive en Manila, o trabaja
en Manila.
Hace dieciséis semanas, desde un cubículo
disca números canadienses.
Nunca sabe con quién habla, pero sí cómo
tiene que hablar, lo mismo da
si está en Manila, en Córdoba
o en Winnipeg.
Dooper tiene veinte años
va en una moto roja hasta el trabajo
sobre la autopista que lleva
al centro de la ciudad, Dooper trata
cada mañana
de quebrar
la barrera del tiempo. Y no consigue
llegar a su línea de producción.
No sabe escuchar,  dicen sus jefes,
no detecta
las necesidades del cliente.

Pero Dooper no contesta, él
tiene un secreto que lo tranquiliza.

Llueve en el centro de Manila
el agua aleja
las bocinas de los autos.



Emerita:

Y ese día llegó Chan Hom
levantando la tierra
de las terrazas de arroz.
Era  la estación de las lluvias.
Emerita dormía
sus sábanas mojadas
por  la bruma de mar.
El viento todavía limpiando
la costa. Emerita sueña
con un dorado hombre
californiano
que la rescata
de los escombros dejados por  Chan Hom.
Cruzan el mar y en todas
las cadenas de noticias
es la princesa, la belleza de oriente
rescatada
por el príncipe surfer.
En Minesotta, sus jefas
ven esas noticias y se alegran
sinceramente por ella.
Emerita y el príncipe
se mudan a una choza
a orillas del mar. Un mar
que  sólo tiene olas
para el amor.
Ella cocina peces y
barre la casa
con hojas de palmera
mientras él
parafina su tabla. Desde el cielo
una nube densa
se les acerca: ¡Emerita Uba,
Emerita Uba!
¡despertate!, sos mía y 
te vengo a buscar.


Eloísa Oliva: (Buenos Aires, 1978)
De  El tiempo en Ontario (Inédito)

Liliana García Carril: La dicha del percusionista



                                                               
                                                                    Zakhar Krylov

El texto llega a tener razones que el realismo no entiende.
Lorenzo García Vega


sola soy como una rosa sola

es solo una
es una
todos los días
la misma
rosa

días
días
y  días

apática parece zen
pero es bostezo
y me doy sueño

rosa enferma en el florero soy
la misma cosa que cae
sin la gracia de los pétalos

lento
el día
sabe
durar más.


*


es de noche y llueve
se puede oír el agua

¿se oye el movimiento?
¿es ruido de agua entre sí
o sonido de mientras cae?

o es ruido de choque
sonido ¿contra qué?

por el agua puedo saber
de otras materias:
 chapa o lata
o reminiscencia de metal

precioso podría ser
cualquier metal que fuera
más que nada de olla

agua de lluvia que se junta
en olla para lavarse el pelo

en el siglo pasado creía en brillos como ése.


*

está la realidad de la música
que escucho ahora: ¿es el viento en sí?

o es ruido de hojas de plátano
empujadas a la deriva
se apiñan en el balcón
se intercalan como sonidos.

trato de imaginar
la dicha del percusionista
esa especie de música.



Liliana García Carril (Buenos Aires,1951)
De Diario de animal solo (con Gertrude Steine)

miércoles, 24 de agosto de 2011

Jorge L. Borges: La poesía vuelve como la aurora y el ocaso




Arte poética

Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.

Ver en el día o en el año un símbolo
de los días del hombre y de sus años,
convertir el ultraje de los años
en una música, un rumor y un símbolo,

ver en la muerte el sueño, en el ocaso
un triste oro, tal es la poesía
que es inmortal y pobre. La poesía
vuelve como la aurora y el ocaso.

A veces en las tardes una cara
nos mira desde el fondo de un espejo;
el arte debe ser como ese espejo
que nos revela nuestra propia cara.

Cuentan que Ulises, harto de prodigios,
lloró de amor al divisar su Itaca
verde y humilde. El arte es esa Itaca
de verde eternidad, no de prodigios.

También es como el río interminable
que pasa y queda y es cristal de un mismo
Heráclito inconstante, que es el mismo
y es otro, como el río interminable.


Elogio de la sombra

La vejez (tal es el nombre que los otros le dan)
puede ser el tiempo de nuestra dicha.
El animal ha muerto o casi ha muerto.
Quedan el hombre y su alma.
Vivo entre formas luminosas y vagas
que no son aún la tiniebla.
Buenos Aires,
que antes se desgarraba en arrabales
hacia la llanura incesante,
ha vuelto a ser la Recoleta, el Retiro,
las borrosas calles del Once
y las precarias casas viejas
que aún llamamos el Sur.
Siempre en mi vida fueron demasiadas las cosas;
Demócrito de Abdera se arrancó los ojos para pensar;
el tiempo ha sido mi Demócrito.
Esta penumbra es lenta y no duele;
fluye por un manso declive
y se parece a la eternidad.
Mis amigos no tienen cara,
las mujeres son lo que fueron hace ya tantos años,
las esquinas pueden ser otras,
no hay letras en las páginas de los libros.
Todo esto debería atemorizarme,
pero es una dulzura, un regreso.
De las generaciones de los textos que hay en la tierra
sólo habré leído unos pocos,
los que sigo leyendo en la memoria,
leyendo y transformando.
Del Sur, del Este, del Oeste, del Norte,
convergen los caminos que me han traído
a mi secreto centro.
Esos caminos fueron ecos y pasos,
mujeres, hombres, agonías, resurrecciones,
días y noches,
entresueños y sueños,
cada ínfimo instante del ayer
y de los ayeres del mundo,
la firme espada del danés y la luna del persa,
los actos de los muertos,
el compartido amor, las palabras,
Emerson y la nieve y tantas cosas.
Ahora puedo olvidarlas. Llego a mi centro,
a mi álgebra y mi clave,
a mi espejo.
Pronto sabré quién soy.

Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1889-1986)