jueves, 1 de septiembre de 2011

Susana Villalba: Y quién quería a Eurídice





Pieza inconclusa para piano mecánico

Entonces? Se debe bendecir frente a la muerte blanca. O negra. Bendita ambigüedad, tu sacrosanta confusión y todas tus razones arbitrarias, te bendigo. Ilusión, objeto del deseo y todo símbolo que vele por nosotros, qué importan las preguntas ya hechas, respondidas, si nada se sabe aunque se sepa leer y aunque nos vuelva a suceder, bendito cada uno que vuelve a preguntarse. Como si fuera el génesis, el hombre primero y la primera mujer que se separan. Bendecir la ingenuidad de tantas horas, los meses pasados en preguntas y ese empeño en ignorar. Hay un momento en que el amor atenta, cobra víctima, se salva con imperfecto adios. Bendigo entonces tu fastidio, tu sálvese quién pueda, tu sagrada barriga y tu temor de dios. Nadie da un salto que supone mortal, gracias al cielo. Que todos sabemos que es abstracto. Benditos entonces el instinto que te aferra a tu piso y mi ignorancia de que tampoco vos sabés lo que conviene. Creo en el padre y en el hijo, en la mujer de Platonov cuando lo saca del río como a un niño que apenas se ha mojado los zapatos. Creo en la conveniencia de que no hubiera crecida. No sé si él lo sabía, qué deseaba su amante, hay cosas que no sé y no importa que sean varias veces sabidas y olvidadas. Bendito sea el olvido. Bendito el amor que nos arroja fuera de nosotros. Bendito el egoísmo que nos separa ante el peligro de ser nosotros mismos de otro modo. Y quién quería a Eurídice. El poema, el ruiseñor y no el enamorado que tiñe la rosa con su sangre. Bendita alquimia del barro que coagula donde puede hacer pie, un ídolo que olvide su náufrago latente. No esperes en la costa, siempre es un resto lo que traen las olas, sólo regresa cada uno a su espejismo y el mío es esperar. Nadie salta sin preguntar lo que le espera. Bendita sea la calma, las frutas ofrecidas y una temperatura ambiente, la templanza con que cada uno se aferra al madero que le ha tocado en suerte. O ha elegido? Ambigüedad, bendita confusión, creer que se ha tenido, creer, pensar que no se puede tener si no se entrega. La vida como un mar que viene y va. La muerte de quién te mataría, creo en la soledad como quien cree que nace en la ilusión de un mundo ya perdido. Entonces? Se debe bendecir cuando se encuentra o se cree ser la pieza que encaja en el mecano con que ha levantado el niño su refugio. O desencaja, bendita tentación de voltear todo, armar otra figura, preguntar. Bendita tempestad que vuelve sin embargo a la idea de zozobra. Sigue a su arrojo un giro repentino hacia la costa. Y quién quería la tierra prometida, un paraíso que volveremos a perder por conocido. No es cierto que supimos, no es verdad que rozamos el árbol, no estaba a nuestro alcance la idea del bien ni la del mal, bendita sea. Bendita entonces tu estulticia y tu arrogancia, tu inocencia que te salva de los cargos y bendita tu ignorancia de los otros. Y la mía.

Susana Villalba (Buenos Aires, 1957) 
De Plegarias (Editorial La Bohemia)

miércoles, 31 de agosto de 2011

Martín Sánchez: Los radares no detectaron a tiempo el pesado naufragio



Por mi parte prefiero más negros lindos como esos
que se visten con prendas deportivas
mal combinadas.

Van fumando en el tren
con las ventanillas abiertas en invierno
escuchan el eco del convoy contra las paredes
(de esos opacos muros surgen los trazos
de nuestros más salvajes sueños).

Ellos se paran se marean hacen equilibrio
en el pasillo del vagón no precisan esquivar a los pasajeros
les abren el paso con un temor reverencial.




Expulsados cada uno por su lado
quedamos fascinados con el calado de las veredas del Paraíso
pisamos los frutos contra las baldosas
son microbombas libertarias
que nos embarran cada vez más.

A contramano de las flechas pintadas en las paredes
ponemos el grito en un lado y los huevos en otro
oímos a los grillos del pavimento
la luna es nuestro referente.

Nos tropezamos unos con otros
en las calles circulares de Ciudad Jardín
y todos vivimos bajo la amenaza de una lluvia púrpura.




El Servicio Meteorológico Nacional
emitió un alerta
por “sudestada”.

Un viento frío, fuerte, mojado
golpeará de costado por debajo
a esta ciudad desmesurada
que (discúlpenme el lugar común)
se expande como una mancha de aceite
sobre la llanura.

Hidrocarburo incontinente
avanza y avanza a su ritmo
tornasolando todo lo que se le interponga

Dinosaurios
pasturas, guanacos, ciervos,
querandíes, puelches, españoles, franceses, ingleses, criollos,
gauchos, tanos, gallegos, judíos, turcos, gitanos
estancias, industrias, edificios, departamentos, oficinas
casas, ranchos
y cabecitas negras.

El viento colabora con el revuelto
empuja y empuja
su fuerza centrífuga nos arroja por la borda a un río furioso
levemente resentido
que devuelve a lo que quedó de nuestras costas
botellas plásticas, bolsas de nylon, deposiciones
ofrendadas en forma sistemática
hasta apenas minutos antes de la advertencia oficial.




Este calor en otoño
provocado dicen por los gases que emanamos
me brinda el combustible necesario
para salir a probar mi disciplina urbana.

Pertrechado con la indispensable cantimplora, altas botas y
demás artículos de camping
fugué hacia un recorte de bañados y pantanos
una reserva de la avanzada de cemento.

Dentro de ella me entregué a sus recorridos establecidos
que tiene por destino una frescura psicológica
creada por bombas que regurgitan el agua
y los patos del lago artificial.

Al borde de los adoquines
admiré la sinergia de las palomas
se desplazaban de aquí para allá sin chocarse
(y hasta compré comida para esos bichos).

Pero cuando se acercaron empujados por la gula
logré patear a algunos miembros de la bandada
lo hice –que quede claro– por su atrevimiento
y el mal olor que tenían.




Cientos de ballenas piloto
aparecieron varadas en una playa perdida del Pacífico sur.

La noticia impactó a los isleños
que en un ejercicio de porfía vitalista
se acercaron y consideraron la posibilidad
de devolverlas al mar.

Era demasiado tarde
los radares no detectaron a tiempo el pesado naufragio
el sol y el calor mataron por asfixia a la mayoría de los cetáceos
el resto
agonizaba.

Las autoridades decidieron entonces
muy a su pesar
comenzar con el proceso de eutanasia.

No se brindaron detalles del método de ejecución aplicado
¿un arponazo al corazón
rifle sanitario
la inyección letal?

En tanto
fue fascinante el espectáculo que brindaron esos cuerpos
desnudos y extendidos sobre la arena.

Al otro día
un terremoto sacudió a la isla.




Finalmente un malón fantasmagórico
me agarró desprevenido y se llevó
la hacienda mental junto a mi alma.

Ahora estoy fresco y tibio
enterradito en el Midland
el subsuelo del lodazal.

Es un éxtasis la carnadura que logro con esta tierra
a la que nunca le di la oportunidad del arraigo.

Pedía todo de mí
y cuando lo consiguió me gratificó de tal manera
que no pude transmitir la experiencia.




Martín Sánchez (Buenos Aires, 1975)
De Lluvia púrpura (editorial Huesos de Jibia)
y algunos inéditos

lunes, 29 de agosto de 2011

Pablo Natale: La abuela se trepó al techo, con su mirada láser



Madre en Suecia

En una película sueca
se llamaría Johanna
mi madre tiene tres comportamientos básicos
de mucama, de hámster, de león
hace semanas, meses
que no veo su piel distendida
pule con constancia y solicitud
la superficie de los muebles
pero hace rato su cara
amanece sin pulir.
En una película sueca
se llamaría Johanna
la veríamos correr y, en su mejor momento
estirar la mano, subir a un tren
y luego tratar de recoger el bolso
lleno de ropa
que se cae por la vía recta
ropa que sería de mamá
y que nadie, nadie
va a recoger.
A veces, como ahora, llora
y su rostro se transforma al rojo
los pelos rizados y morenos se mueven
un pequeño golpe de electricidad en la cara
eso es casi todo
junto al silencio que construye
para dar espacio a la culpa de los demás.
A veces, también, no llora
simplemente se nos queda mirando
y sé que en ese momento espera
mucho más de mí
de lo que le puedo dar:
llamarla Johanna
e imaginarla libre
en una película sueca
que jamás vamos a ver.


Luces navideñas

Papá está dormido en el jardín
con una mano de fuego.
Se puede pasar a su lado
una y otra vez
pero esta noche no despierta.
Papá está dormido en una silla
cerca del ciruelo que está en el centro del jardín
tiene una mano apoyada en la panza
tiene la otra llena de fuego.
El año que viene va a ser mejor.
Y el año siguiente al que viene va a ser
igual de mejor: una a una
irán sucediendo todas las cosas.
¿Si la madre de mamá se muere
 nos quedaría de herencia la casa
no es así? ¿Si tu hermana loca se muere
nos quedaría de herencia la otra casa
no es así, es verdad que no es así?
Hay que repartirla entre cuatro y las deudas:
¿eso cuánto da?
Papá está recostado en una silla del jardín
parece un árbol viejo doblado
con fuegos artificiales de navidad encima.
Papá se quedó dormido en el jardín.
Papá se quedó dormido en el jardín.
Ve hacia ellos.
Ve, hacia ellos.


La nutria en el pozo negro

Mi propia música va y viene alrededor de cuatro paredes
cuando escucho que mi madre y mi padre discuten.
Otra vez parece como si cada uno llevara una pala
y se lanzaran tierra de manera interminable.
Ya no hay nada que hacer
me encantaría decirles
ya no hay nada que hacer, pero anunciar eso
implicaría continuar la cadena
a la espera de que un nuevo portador de inocencia
explique por qué y cómo son las cosas
qué es lo bueno, qué es lo malo
cuánto han llegado las cosas a su fin.
Mientras tanto las palas
siguen su lenta danza de amor y odio.
Tienen treinta. Cuarenta. Cincuenta.
Acaban de cumplir cincuenta y dos años.
¿Cómo podrían hacer para empezar otra cosa?
¿Cómo se hace para terminar con una pasión multiplicada
desdoblada en sí misma y empezar otra luego de
treinta años?
Mientras tanto yo no sé de dónde sale mi propia música.
Una y otra vez
dos adultos se trenzan en una discusión
matrimonial y las voces me dicen
que es como si se hubiesen dejado de lanzar
paladas de tierra uno a otro
y ahora se lanzaran ladrillos
y así fuese asombrosamente posible
construir una casa, un patio lleno de tierra
la propia música que me desborda y que canto.
El silencio que la sigue.

 

Exactamente ocho


Querida hermana:
cuando leas esto ya no tendrás ocho años
tampoco siete, que es la edad que tenés ahora.
Pero pasan los minutos, un corredor de luz detrás de otro
pasan los minutos.
¿Habrá un payaso doblado dentro de la torta de mañana?
¿Habrá un papel plegado en el payaso roto
habrá en eso una explicación para tu pequeño universo?
Universo que no conozco y que, generalmente, no me interesa.
Pero no te quiero mentir.
¿Qué esperás atrás mío, haciendo como que dormís
cuando estás despierta
soñando con la fiesta de mañana?
¿Esperás algo o solamente soy yo
que crecí hasta llegar a la altura
de ver crecer las cosas
y dejar de rezar por ellas?
Sos un oso de felpa con pensamientos de bebé
arrodillado en una escuela a la que no va nadie.
Sos una hebilla fucsia colgada de mi pelo
que abro y cierro como si fuera un tic
como cualquier otro juguete
con cuyo movimiento evito pensar
en lo que falta, en lo que no hace bien.
Suena el celular. Perdón, hermana
tengo que ver quién es.
Oh, no es nadie. Nada importante.
¿Que qué cosas importantes podrían pasar?
La verdad, muchas. Pero ninguna va a pasar ahí.
Que la casa explote como un payaso gordo
atorado de tortas
que se incendien las montañas
que el fuego nos brote el día menos pensado
cuando no estés acá
o cuando no lo puedas entender.
Cuando los corredores de luz se pierdan
en la sumatoria condensada de todos
y cada uno de los días.
¿Qué esperás dormida detrás
pequeña hermana?
En los 70 te hubiese convencido
de que crezcas barbie revolucionaria
y eso habría sido un error.
El mismo error que cometo ahora
centuplicado por cien.
Si vomito, es sólo por mí.
Si pienso en vos, es como si pensara en vos
pero sin pensar en vos.
Si movés la cabeza de la almohada, abrís los ojos
y me preguntás si acaso voy a tirarte las orejas
seré honesto, diré que no.
Somos grandes, basta de eso.
Cuando hablamos
tenemos los dos ocho años
aunque todavía no den las doce.
Dame tus botas. Poné bien las sábanas.
Saludá a nuestros gatos y a los amigos de nuestros gatos.
Cerrá los ojos, cuando me vaya a dormir
te escribiré un poema.
¿Que qué es un poema?
Es como un payaso
o como la mitad de una torta
que alguien se lleva para regalar
y después tira en la basura.
Un poema es una canción.
Una canción de cumpleaños para cuando tengas 18
y seas barbie hermana punk.
O alguien silenciosa, terrible y dulce.
Si salís con alguien como yo no te lo perdono.
Un poema es eso y algo que a la vez dice lo contrario.
Me voy a dormir, querida hermana
este oso que no habla
te dice adiós.
Ah, ya son las doce.
Feliz no cumpleaños.


Señorita Marvel

Éste es el poema
donde nos volvemos superhéroes
y sus archienemigos:
al señor de la tele se le cierra la boca
cosida como un muñeco
y la mujer que vende bolsas de consorcio
patea las puertas de nuestros hogares
imitando a Fu Manchú.
La abuela se trepó al techo, con su mirada láser
fulmina a todo aquel que se atreva a acercarse
es una vigilante tejiendo, agujerando las revistas de moda
la belleza escultural, la felicidad de los que tienen
mientras mi padre, atado a sí mismo, lloriquea en el sótano
el sótano en el que se encerró, donde sufre
amén de nosotros, por todos los demás.
Así que éste es el superpoema y ésta la superciudad
de la que ya no saldremos nunca:
brilla como si los deseos más salvajes
fuesen ahora posibles
Sólo queda una pregunta:
¿Dónde están los niños?
Recostado en su inmortal reposera
mi abuelo escupe semillas de mandarina
y le habla a las personas que no existen.


La carretera Noé

Los animales no hablan
y los recuerdos tampoco
me gustaría tallar eso en el árbol
al que trepamos con papá
en el paraíso imaginario
los animales no hablan
nos diríamos
tendidos allá arriba como si sólo fuésemos ropa
empujada por el viento
los nombres se secan
nuestras manos se secan y los recuerdos
se secan
somos animales
me gustaría decirle a papá
en el silencio de la noche
la casa se viene abajo y tan sólo éramos
animales

Pablo Natale
(nació en la ruta interestatal Córdoba-Rosario en la década del 80)
De Vida en común (editorial Nudista) y algunos inéditos