viernes, 6 de enero de 2012

Juan Fernando García: Pura algarabía de los sentidos



Arrastra una música ideal, este
invierno del Delta. Los instantes
que van del murmullo matutino
de pájaros, a las casuarinas insistentes:
silbidos de amistades trabadas
en la misma selva
inmaterial que es su intemperie.

Cielo celeste en el domingo
remontando las curvas suaves
kilómetro a kilómetro
de nuestro Carapachay.

Puras amabilidades
para los que atravesamos
con estilo encebollado y serio
las tibiezas de un sol que dura poco.

Oro en las copas de los árboles oro
en los muelles.


*

¿Es una obviedad,
un lugar común pensar
una y otra vez que los árboles
“murmuran” un idioma trabado
por el viento?

Las casuarinas
inventan sobre el mediodía
un silbido de notas afinadas;
sobre la tarde austera de sol,
vuelve su augusta melodía,
y descubro que los árboles de esta vera
no “murmuran”, sino “cantan”.


*

Pura algarabía de los sentidos,
para nuestro descanso
tan deseado.

Punto exacto:
luz del atardecer
posada en la glicina
de la orilla de enfrente.
Flores de violeta traslúcido
entre las sombras,
embriagan y despiertan
la más vil alergia.

Así, en su propia dialéctica
la naturaleza del Carapachay nos recibe,
nuevamente.

*

Anochece,
y se tornan estelas las luces
que aparecen en el río.
Una lanchita avanza decidida,
y detrás la lancha colectiva.
Bajan los amigos, felices.
Como bienvenida enjundiosa,
cruzan a la altura de nuestras cabezas,
en medio del río, una bandada
de patos escandalosos.
Su llamada no alarma, invita
a adivinar nombres de aves
que esta región ofrece.

Es hora de preparar el fuego,
fogata, asado, estufa,
pero nada más resolvernos, el frío
invita a entrar y allí quedarnos.
Luego iremos al muelle,
a despedir el día,
a dejarnos estar en los silencios.
La noche. Los pájaros. Los amigos.

*

Aires de La otra orilla

para Alicia Genovese


Como si pudiera
quedarme suspendido
¿pura perpetuación
de un instante tan fugaz?
–anécdota, a fin de cuentas,
de un transcurrir moroso
en esta
naturaleza galante del Delta

casa, jardín, cotorras
lluvia a raudales
y todo esplende
y brillo cegador

suspensión del viento
que mueve incansablemente
las hojas
infla un short, flamea
una toalla verde oscuro
tiemblan cuatro vasos de colores
sobre la baranda
de la galería.


Iniciales


Sabe que la palabra arrecia
en sus tormentas, desvela
la lucidez del que esperando espera.
No hay, no puede haber tarea más amarga
que anhelar la migaja que estalla en el poema
si nada dice nada cambia
el proscenio del que en broma ataca
la inmediata lírica inventada.

Que moje y que refresque,
el nudo estelar en que me hundo
Que moje y que refresque
las manos que esparcieron la semilla
Que moje
Que refresque
que día a día
su palabra inicial
surja del lodo del todo
que va a dar a la nada
irremediablemente. Y más.


Juan Fernando García  (Necochea, 1969)
Sobre el Carapachay  (selección; inéditos)

jueves, 5 de enero de 2012

Jorge García Sabal: Hace que se arrastra, que camina, que vuela




Un eje en leve rotación

Y lo que llegaba, hondo, en gotas pequeñas
que eran sí, pensamientos y sentimientos,
ensanchaba la tarde, la penumbra.
Y los pensamientos corrían sin ruido
uno junto al otro por un rato, y después,
sueltos, empezaban a subir, deslizarse, trepar.
Se agazapaban en completa calma como si
hubieran encontrado un punto y no pudieran,
desde ahora, seguir adelante. Y todo estaba
latente y apenas real y parecía un sentimiento
repentino, perceptible, un eje en leve rotación
dando cuenta del tiempo: el tiempo
como un hilo de chispas sin fin que fuera
por en medio de ese cuarto disperso, detenido,
aproximara entre sí las cosas, ahora, como
bostezo de palabras.

Y entonces, lo llegado, ya distante, casi
en ausencia, se escribía.


Insomnio

Sálvate de tu madre y del padre de tu madre y de la madre del padre.
Sálvate de tus hijos y de los hijos de tus hijos. Sálvate, de la
traición de la escoria. Sálvate por el hallazgo, por la ambición de
entrar solo por una puerta que da a un lugar solo.
Sálvate y queda mirando ese desierto : ciénagas de hambre ciénagas 

de sombra: sé un sueño solo sin voces ni gritos: tu huésped.


Entrada al sueño

Se siente caer y una zarpa lentísima,
un desorden de la memoria oscila
del rojo al negro, del blanco a la sombra
que da el blanco. Agotados los ojos
de la vigilia el corazón cede el paso,
y otro jardín de hojas desmañadas
busca nuevos caminos de terror o gloria,
otro mundo donde arder.


Tabla rasa

Los hombres y las mujeres de este pueblo
andan descalzos, pisan desnudo.
Ni el sol ni la lluvia ni la sombra
los hace felices o tristes; ellos
pisan desnudo, sin codicia.

Los hombres y mujeres de este pueblo
afilan piedras, engendran, festejan
con vino, tienen sueños nocturnos, mueren.
En silencio miran y pisan la tierra desnuda,
la aprietan, amontonan huesos, los tapan.

La gente de este pueblo es pobre y no
piensa más allá, no habla al futuro:
sólo apisona, ni feliz ni triste y
con huesos, piedras, sueños, cubre
y descubre lo que un día ha de nombrar:

memorias, involuntarios recuerdos, épicos
asuntos.


Sitio

Hice bien.
Esta noche tapé la jaula de los pájaros,
dejé sin luz a los peces que dormían
cautivos de un solo ojo, eché
por la escalera, justo en su última vida,
al gato.
Hice todo bien.
Ahora estoy solo y Billie Holliday me dice,
hamacándome, la voz llena de pasto y agria,
un cuento para dormir, un sueño. Ella
dice y cuenta cosas que conozco, hamacándome
suave, solos.

Ahora amanece, es el día para siempre.
Me hamaco. Estoy solo. Hice bien, todo bien.


Sola

Hace que se arrastra, que camina, que vuela.
Que está ciega y sorda y muda. Que no está.
Que es otra.

Hace de encerrada en un jardín, como sombra,
voz sin nadie entre el olor malsano de las flores
y los silbidos del viento; pero llama, se muerde,
parte la lengua.

Hace, rota, partida, nuestro días y noches:
Como novia, muerte, niña.



Jorge García Sabal
(Nació en Balcarce en 1948. Murió en Buenos Aires en 1996.)


martes, 3 de enero de 2012

Carlos Battilana: El orden nos ha herido hasta petrificarnos



 1

El frío
no llega. Es mayo.
Hace muchos
mayos
que el frío no llega.
Nos ha ganado
por efecto
de los cambios
el clima
subtropical. Ya no
será
posible
recordar a Arlt,
el frío de la
noche,
la garúa que
lastima la cara
de sus personajes,
una ola
de hielo
congelando
la ciudad.

Luego de las
épocas cruciales
-los 70, los 90-
atrapados en el dosmil
comprendo
el movimiento del aire
las hojas dispersas
y el cambio climático
que ha afectado,
progresivamente,
la base
de nuestra
naturaleza.


2

He removido la tierra
hace unos días
y sin técnica
he esparcido
las semillas
del pasto. “Césped”
decía la bolsa
de plástico. He juntado
un puñado de granos
finísimos.
Con paciencia
ciega
he regado
sostenidamente
tres, cuatro días.
Pronto
surgieron
los primeros
pastos
y el espacio
de tierra
se ha convertido
al cabo
de dos semanas
en un oasis verde.

Pienso
-sin técnica,
lo sé-
si fue la naturaleza
o la cultura
las que
permitieron
el crecimiento
de esas semillas
cuyo contenido
se designa
con el nombre
de
césped.


3

El orden
nos ha herido
hasta
petrificarnos

pregunto
entonces
por la fuerza
que el cuerpo
puede
dar; si tomo un manojo
de pasto
¿las cosas
cambiarán?

Aislado
del cielo
espero de él
muchas más cosas
de las que di. ¿Será
eso posible
entre
tanta petrificación?

Reduzco
el movimiento
del cuerpo
a velocidad
crucero
encierro
mis deseos
en una habitación
y descubro
al cabo de los años
que no pude
comunicar
una especie de daño
biológico
que el tiempo
alojó
en la memoria

el daño
acaso
lo que no pude
de ningún modo
fue escribir
con distinción
el efecto espeso
de los otros
el movimiento de amor.


4

El jardín
inundado
hace ya tiempo
no puede librarse
del barro
que ha taponado
las napas. Rodeado
por el miedo
a no alcanzar
eso
que ahí sucede
tocamos
con los dedos
este papel
y recordamos
a nuestros muertos
ya muy viejos
cuando ellos
también
paseaban por este jardín
y se creían
con derecho
a las plantas
a los árboles
y al aire

Hoy
veo tras la ventana
el pasto largo
las malezas
el cantero
perjudicado por la escarcha
y comprendo
-aun
respirando-
que nuestro derecho
o nuestra habilidad
consiste
en no elevarnos
siquiera
2 centímetros
por sobre el nivel
del suelo
y que cuando
tocamos
a un ser querido
cuando lo besamos
del modo más profundo
también
en algún sentido
nos despedimos
sin alcanzar a decir
del todo
que nuestros actos
ya no corresponden
al presente
sino
a una huella
o a una señal
que llamamos
“la posteridad pequeña”


Carlos Battilana  (Paso de los Libres, Corrientes, 1964)
Vive en Buenos Aires
De Velocidad crucero  (libro inédito)





lunes, 2 de enero de 2012

Mirta Rosenberg: Embellecer el retrato era tu manera de verlo



Retrato terminado

Es una manera de decir
quiero quedarme sin palabras,
perder sin comentarios.

Hasta cuándo voy a hablar
de lo que ya no está.

De la que ya no está
viéndome escribir de ella.
¡Y con esos ojos!

También yo de noche los abro
y miro el silencio
en la oscuridad
donde el retrato termina
sin que lo alcance a ver

y pienso

y pienso

y pienso

en temas como vos
que no parecen tener
vencimiento,

en tu deseo de llegar a casa:
con la llave preparada,
aferrada a la puerta del taxi,

te dejabas caer en tu puerta
casi con la voluntad incierta
de una hoja en otoño,

esa clase de vencimiento,

y esos ojos más bien dorados
de los que decías en las descripciones
ojos verdes. Para mirar

cada ocasión con buenos ojos
que no me miran más,
aunque los recuerde.

Y ahora
quiero quedarme
sin palabras. Saber perder
lo que se pierde.

O eso parece.

Parece que las dos
nos hemos quedado sin madre:
yo sin vos
vos sin ella,

y sucesivamente,
como eslabones perdidos,
y encontrados por un rato
con los padres,

pero ésa es otra historia
que está mejor contada
en la foto de casamiento
para la que palabras
nunca tuve,

como si fuera anticipo
de mi propio vencimiento.

De los padres decías que el tuyo
tenía ojos verdes,
como vos, tu nieto Juan,
y nadie los tenía del todo
aunque merecían tenerlos:
tu manera
de embellecer el retrato
era tu manera de verlo.

De ella decías en cambio
desde su muerte no fui la misma,
y ésa sería tal vez tu manera
de no terminar el retrato.

La palabra no.

Lo mismo digo yo.
Aunque también se diría una ocasión
más bien vulgar: en general,
todos nos quedamos sin ella,
y esa ausencia de la luz parece
descansar los ojos
sin vaciarlos. Los anima,

o los vuelve hacia la oscuridad,
que es donde el retrato termina.

Dijo mi padre de la suya:
nací con ella y ahora
voy a tener que morirme
solo. Y después
lo hizo.

Dijo mi maestro de la suya:
me pasé toda la vida para tener
la letra de mamá. Y después
la tuvo.

Era un dolor perfecto:
hablando de ella,
hablaban de sí mismos.

O eso parece.

Parece que perder
no es un arte difícil:
los muertos de verdad de uno
son víctimas amadas de los vivos.

De lo que cada uno dijo. 

Mirta Rosenberg  (Rosario, Argentina, 1951)
De El arte de perder  (1998 - editorial Bajo la luna)

domingo, 1 de enero de 2012

César Vallejo: La soledad, la lluvia, los caminos...



Hoy me gusta la vida mucho menos...

Hoy me gusta la vida mucho menos,
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

Hoy me palpo el mentón en retirada
y en estos momentáneos pantalones yo me digo:
¡Tanta vida y jamás!
¡Tantos años y siempre mis semanas!...
Mis padres enterrados con su piedra
y su triste estirón que no ha acabado;
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,
y, en fin, mi ser parado y en chaleco.

Me gusta la vida enormemente
pero, desde luego,
con mi muerte querida y mi café
y viendo los castaños frondosos de París
y diciendo:
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla...     
Y repitiendo:
¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!
¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!

Dije chaleco, dije
todo, parte, ansia, dije casi,  por  no  llorar.
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado
y está bien y está mal haber mirado
de abajo para arriba mi organismo.

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,
porque, como iba diciendo y lo repito,
¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,
y siempre, mucho tiempo, siempre, siempre!


Intensidad y altura

Quiero escribir, pero me sale espuma,
Quiero decir muchísimo y me atollo;
No hay cifra hablada que no sea suma,
No hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma;
Quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay toz hablada, que no llegue a bruma,
No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,
Carne de llanto, fruta de gemido,
Nuestra alma melancólica en conserva.
Vámonos! Vámonos! Estoy herido;
Vámonos a beber lo ya bebido,
Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.


Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre!  Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!


Y si después de tantas palabras...


Y si después de tantas palabras, 
no sobrevive la palabra! 
¡Si después de las alas de los pájaros, 
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad, 
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte! 
¡Levantarse del cielo hacia la tierra 
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente, 
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos, 
no ya de eternidad, 
sino de esas cosas sencillas, como estar 
en la casa o ponerse a cavilar! 
¡Y si luego encontramos, 
de buenas a primeras, que vivimos, 
a juzgar por la altura de los astros, 
por el peine y las manchas del pañuelo! 
¡Más valdría, en verdad, 
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos 
en uno de los ojos mucha pena 
y también en el otro, mucha pena 
y en los dos, cuando miran, mucha pena... 
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!


Piedra negra sobre una piedra blanca 

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París -y no me corro-
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso
estos versos, los húmeros me he puesto
a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban
todos sin que él les haga nada;
le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos
los días jueves y los huesos húmeros,
la soledad, la lluvia, los caminos...


César Vallejo
Poeta peruano nacido en Santiago de Chuco en 1892 -
muere  en Paris en 1938.