sábado, 25 de febrero de 2012

Griselda García: No muevas la mano, por favor






Modelo en estudio de pintor


Ansío el roce del lápiz contra el papel
la caricia del pulgar que esfuma el trazo.
Voy a esperar a que prepare sus cosas.
A que despierte el ojo que todo lo ve.

30 minutos. Su rostro rezuma sudor.
Me mira y es como si viera
más allá del más allá.

45 minutos. Un mosquito hunde su trompa.
El poro se rebela en hinchazón.
El isquión lucha por adaptarse,
un deslizamiento mínimo
que atenúe la molestia.

50 minutos: "Abre los ojos"
La menor tensión del músculo
cambia la escena, la pose se modifica
el rictus es otro, nuevo y distinto.

60 minutos. La mancha de vino en la pared
se convierte en un espía a quien llamo Dimitri.
Con él dialogo en la duermevela.

75 minutos: "No muevas la mano, por favor".
Los huesos del coxis gritan desde su caja.
La inmovilidad que parecía un descanso
se vuelve una jaula en la que estoy atrapada
en la que busco no ya estar cómoda
sino atenuar el dolor.

A través de los párpados la luz cambia.

Al final, la disciplina hace la vida más fácil.
A una orden suya podré moverme
pero eso no me hará libre.

Voy a correr a abrazarlo.


I
El pintor

Esa mañana abandonó su túnica
con la impunidad de toda bella.
Yo aparté los ojos:
su figura desafiaba a la vista.

Con mis manos sin pudor
hubiera dado diez años
por reconocer sus detalles
y dibujarla con la paciencia del viento.

No podía, como antes, mover
el pincel durante horas
mi cabeza flotando sobre océanos
y levantar la vista para
captar el paso de la luz
en el mediodía de verano.

Su esencia de mujer
pulsa cada fibra de mi ser hombre.

Sé lo que hubiera dicho mi maestro.

No voy a condenarla a la chatura del papel
voy a darle dimensión de vida, la mía,
y amarla.


II
La modelo

Esas mañanas te veía
entornando los ojos para captar
la incidencia de la luz, las sombras
recortándose en la trama de mi piel.

Me costaba mantener la quietud
cuando te acercabas
para reconocer cierto pliegue
de la tela, algún matiz.
Hubiera querido tocar tus manos
tus dedos con el tizne del carbón.

No me mires, mirame.
Que tus ojos se hagan
de agua y pueda beberlos
que no veas más que mi cara 
en otras caras.

En cada jornada sos vos el modelo
y yo la que absorbe mil detalles
de placer en tu figura.

Paso las tardes con el recuerdo
de tu cuerpo de hombre
doloroso y dulce.
Te amo aunque no lo sepa

todavía.


Griselda García (Buenos Aires, 1979).
Poemas inéditos.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Osvaldo Bossi: A través de los años...




A través de los años no hice otra cosa que escribir poesía. Incluso cuando era muy chico y no sabía leer ni escribir. Escribía a toda hora, sin darme cuenta. Cuando las calles eran de tierra y no existían las luces de mercurio.  Cuando mi mamá era hermosa y alegre como un cascabel (lo sigue siendo todavía). En una casa de madera con chapas de cartón. Mientras mi papá salía a juntar papeles de diario y botellas y un sinfín de cosas inútiles en su carrito de botellero. En plena noche de verano y en pleno carnaval. Con mi amigo Raulito, que era la luz de mis ojos. Andando en bicicleta o tirado (¡toda la santa tarde!) en el campito de la esquina, mientras miraba pasar las nubes por el cielo.


Escribía con una letra redonda y pareja pero llena de faltas de ortografía. Como si vivir no alcanzara. Como si entre las cosas y yo hubiera siempre un cristal que me permitía verlas de otra manera, pero nunca (y esto parecía definitivo) como el resto de las personas. Con esa gran predisposición para la mentira que tienen los chicos solitarios. Escribía, escribía. Pasaba volando una mosca y yo lo anotaba enseguida en mi cuadernito de tierra, de agua, de aire, de fuego resplandeciente. Parecía un trauma, una enfermedad. O en el mejor de los casos se me había aflojado, como quien dice, un tornillo. De hecho, el tiempo pasaba a toda velocidad o no pasaba nunca. Era un milagro y era mi secreto. Si se lo contaba a alguien, se hubiera reído de mí o me hubiera encerrado en una jaula, como a los locos. (Hay gente que se preocupa por estas cosas; por eso odio a la policía…)

En fin, la cuestión es que un día empezó todo. Una palabra trajo a la otra y ésta a la siguiente y cuando quise darme cuenta tenía entre mis manos un libro de poemas. Yo no creo que haya una cosa más rara que un libro de poemas en este mundo. No digo que no las haya, pero en cierta forma, todas las cosas raras terminan ahí. Sobre todo porque el lenguaje de la poesía es un lenguaje común y corriente, y al mismo tiempo es algo que no se puede explicar. Como si uno estuviera hablando con un marciano. Lo digo de verdad, no exagero. Los poetas, de alguna manera fueron (y siguen siendo) como marcianos para mí. Con sus antenas  y su melancolía incurable, hicieran lo que hicieran para disimularlo.

Cuando mi papá se enteró que yo era poeta se fue de casa y no volvió nunca más. A mamá se le partió el corazón, como si le hubieran dicho que tenía un hijo bobo y que tendría que cuidarlo el resto de su vida. De hecho, pasaron los años y no logro apartarla de esa idea. Todo lo demás es literatura, es oficio. Fui a la escuela, pero nunca terminé mis estudios secundarios, y todo lo que sé (si es que alguien puede saber algo en esta vida)  lo aprendí de esos libros maravillosos que escriben los poetas y por eso —creo—tengo una visión un poco distorsionada de la realidad.

Por ejemplo: comprendo, o trato de comprender, a todo el mundo. Me ncuentro  con un tipo, me dice que mató a otro tipo  o que robó una casa y yo, pasado el estupor, lo comprendo inmediatamente. Una amiga astróloga me dijo que esto ocurre porque soy de piscis, el signo más completo de todo el zodíaco. Puede ser… Yo solamente quiero seguir escribiendo, escribiendo, hasta que la cuerda no de para más. Alguna vez pensé en vivir como todo el mundo (a veces, cada tanto, me agarra esa borrachera) pero a la mañana siguiente, mientras me lavo la cara,  comprendo que no hay privilegio más grande que dedicarse a escribir poesía —se trata, por supuesto, de  una apreciación personal.  

Y es que  para mí vivir y escribir es lo mismo. Si no escribo, me seco como una planta. Fuera de esto, no sé nada y no tengo nada de considerable interés. Ninguna posesión. Si mañana mismo me muriera y me preguntara Dios que hice en esta vida, le diría, sin mayores preámbulos, que  me entretuve con el viento. Que construí —digamos— como un albañil extremadamente solitario y silencioso, una casa de viento, y nada más. ¿Y dónde está esa casa? me preguntaría Dios, y yo le diría: Acá, en este libro, y le mostraría esta Antología. ¿Es un chiste? No; es la pura verdad… Y Dios, echándole una ojeada rápida a esta selección de poemas, me observaría de costado y luego se reiría de buena gana, conmigo, sin ningún pudor…  Entonces yo (entendiendo esta risa como una señal de aprobación, y tal vez de indulgencia) me reiría con él.   

Osvaldo Bossi (Buenos Aires, 1963)
De Casa de viento, Antología personal (editorial Nudista, 2011)